sábado, 4 de agosto de 2018

1993 - Verano en Francia

1993

Viajé a Francia en compañía de Fanglin el domingo 18 de julio. Esa misma tarde llegábamos al apartamento de Philippe Jonathan en el Quai de Louvre, frente al Sena y al lado del famoso museo. El apartamento no es muy grande pero sí muy acogedor y rico en detalles de las viviendas buenas de otro siglo. Los techos frisados y decorados con motivos dorados. Las paredes se abrían de lado y lado mediante altas puertas de dos hojas. En las esquinas a veces coincidían estas puertas que al abrirse dejan todo el espacio fluído e iluminado. Grandes espejos colgaban centrados en las paredes, tres en una habitación. Las ventanas sobre el Sena eran puertas de vidrio que permitían al espacio urbano penetrar dentro del apartamento.

El apartamento tenía moqueta y algunos muebles de estilo. También una mesa y sillas de Philippe Stark, famoso diseñador francés contemporáneo. Los suegros de mi amigo nos esperaban con las llaves. Ellos se habían ido de vacaciones a Apt en el Sur, y no volverían hasta fin de mes.

Salimos a dar una vuelta, aprovechando la luz de las noches de verano y llegamos hasta Les Halles y de allí al Centro Pompidou. Como siempre, los artistas y el público llenaban la plaza con diversas actividades: retratistas, músicos interpretando, acróbatas y predigistadores entreteniendo al público. ¡Qué contraste con Pekín! Allí sólo ves grupos aglomerados curioseando un accidente en la calle o a un vendedor de baratijas. No hacía calor en París. Quizás por ser domingo, las avenidas se veían más tranquilas.

Gracias al “jet lag” nos levantamos muy temprano y comenzamos a recorrer la ciudad luego de habernos tomado un buen ‘café au lait’ con croissants en la barra del café abajo. Fuimos en metro hasta Poissy y caminamos hasta la Ville Savoye (1933). Esta es quizás la casa más famosa de las diseñadas por Le Corbusier. Originalmente una casa de retiro en las afueras de París, la casa está levantada sobre unos “pilotes” a la usanza de los palafitos sobre el lago de Maracaibo. Las actividades se realizan en los espacios de la planta alta que se dispone alrededor de una terraza. La casa está clasificada como monumento histórico nacional.

Regresamos andando hasta la estación del metro y nos paramos en una panadería a comprar pan y palmeras. Fanglin, que no come dulce, le pareció muy sabrosa. Le dije que mi mamá y Adolfo son fanáticos de éstas. Nos bajamos en La Defense para conocer el nuevo Arco y toda la zona donde están concentradas las sedes de grandes corporaciones francesas. Es la zona más moderna de París.

El Arco, diseñado por el danés triunfador de un concurso internacional, está levantado sobre el eje urbano que conecta el viejo Arco de Triunfo, en la Etoile, los Campos Elíseos, el jardín de las Tullerías, la plaza de la Concordia y el Museo Louvre cuyo acceso ahora es una pirámide de vidrio en medio de la plaza donde remata el eje. El Arco de La Defensa es como una gran ventana de 100 metros por arista. Las aristas laterales son dos edificios que ocupan dependencias gubernamentales y la superior – suspendida sobre el vacío – es un museo. Se sube a éste por unos ascensores transparentes que permiten unas visuales por todos los costados. Como estaba lloviznando y venteaba, nos metimos en C&A que tenían una rebaja y compramos unas chaquetas ligeras y un pantalón para mí. Almorzamos en una marisquería.

Seguimos a la Plaza Charles De Gaulle – La Estrella – y subimos al arco de Triunfo. Leímos el nombre de Francisco de Miranda y paseamos toda la avenida de Los Elíseos hasta el Louvre. Nos paramos en Virgin donde compré unos compactos. Llegamos finalmente agotados al Louvre pero igual nos metimos e hicimos un tour flash: fuimos a ver la Mona Lisa, pintura española, estatuas egipcias, griegas y romanas y no sé qué más. Caminar dentro del Louvre de por sí es una excursión. Llegamos a casa y creo que ni cenamos.

Total que aprovechando la ventaja horaria del jet lag y con los maratones que yo propuse, logramos visitar Versalles, la torre Eiffel, el museo de Picasso, el Barrio Latino, Notre Dame, la Fundación Le Corbusier (Villa Roche – 1929), la editorial Nagel, el cementerio Pere Lachaise. Vimos “Teorema” de Pasolini y la “Lección de piano” que compartió el último Cannes con la de Chen Kaige “Despedida a la concubina” que está censurada y prohibida su proyección en China (el estreno mundial está programado para este otoño). También caminamos por una larguísima calle de putas y sex-shops muy animada desde las 3 de la tarde por lo menos. Mujeres de todos los colores y atuendos se ofrecían a la vista de los transeúntes como parte de la variedad comercial que sólo una ciudad con gran mentalidad se atreve a ofertar.

El mercado de las pulgas de Glignecourt fue otra de las sorpresas del viaje. A pesar de que esta vez no compré nada allí, estoy seguro volveré en mi próxima visita. Miles de comerciantes ofrecen un rango enorme de mercancías y objetos curiosos de todas las épocas y lugares del mundo. Algunos timadores hacían trucos con cartas invitando al público a descubrirlas. Vendedores africanos ofrecían talleas de madera muy interesantes pero caras. Visitamos los almacenes La Fayette, Samaritaine y caminamos por la famosa St. Honoré donde compramos chocolates para regalar en un exquisita chocolatería.

La visita a la catedral de Chartres fue un punto relevante de este viaje. La arquitectura religiosa es por lo general la que más interés y misterio me produce. La escala de los espacios; la luz y la penumbra; los arcos y las bóvedas; la profundidad de sus muros y ventanas; la piedra con que construían; el eco y el frío de sus profundidades. Alguien comenzó a tocar el órgano y el espacio se llenó de grandiosidad, de historia, de sublimidad. Los vitrales de colores que han hecho famosa esta obra que se construyó por más de 50 años en el siglo XII tenían vida propia. Relataban historias vedadas a nuestra época. Una escalera de caracol, infinita, nos llevó a una terraza en la azotea. Desde allí se otea el pueblo y el horizonte. Las casas con techos muy perfilados parecían de mentira. Desde allí, la estructura de contrafuertes, las tallas de los bloques de piedra, la altura sobre los vacíos producen admiración y sobrecogimiento. El detalle de las balaustradas indican que este recorrido formaba parte del circuito religioso. Que la edificación se apreciaba desde dentro y desde fuera; desde arriba y desde abajo. Me acordé que en la abadía de Güigüe, Jesús Tenreiro también permitió que se accediera al nivel del techo de dos aguas y se recorriera la nave por encima de ella. En Chartres el antiguo tejado fue renovado en el siglo pasado por uno metálico. Almorzamos en una terraza frente a la catedral después de haber comprado unos libros en la librería de la esquina.

Finalmente dejamos París. Comprar billetes de tren fue todo muy fácil. Los trenes son rápidos, puntuales, limpios y modernos. Los billetes los adquirimos en una agencia de viaje que nos cobró 50 francos de comisión. Pudimos haberlos comprado directamente en la estación o a través de terminales electrónicos.

Primero fuimos a Belfort, pueblo cercano a Suiza, donde pernoctamos. A la mañana siguiente, a las 6, estábamos en la estación y fuimos a Ronchamp. Una hora o menos de viaje. Este era un tren lento con varia paradas. Allí subimos una colina por un camino “de peregrinos” en medio de una arbolada donde apenas entraba el sol y antiguas lápidas bordeaban el ascenso. Cuando llegamos a la cima (también nos acompañaba un estudiante de arquitectua australiano y dos jóvenes japonesas) encontramos que la capilla abría a las 9:30, dos horas más tarde.

En 1955 Le Corbusier terminó de construir esta capilla dominicana que causó mucha controversia. La solución plástica, espacial, estructural, de iluminación, el techo de hormigón a la vista semejante a la proa de un barco, sus muros blancos, irregulares, gruesos e inclinados; las entradas de luz, los vidrios de colores con diseños simples, casi infantiles; el púlpito exterior para las misas al aire libre desde donde se ve sólo geografía y nubes, colinas y horizontes. El campanario está aparte. Las 3 campanas cuelgan de un dintel rojo. La grama muy verde contrasta con el blanco de la capilla y el azul puro del cielo. Es muy extraña esta capilla. No vimos ningún religioso. Los visitantes llegan atraídos por el edificio-objeto, como quien va a ver una escultura de Moore en un museo o espacio público. La capilla es pequeña como debe ser pero se percibe como un monumento, escultural e imponente. Su estética es mediterránea pero no se ve fuera de contexto. Este proyecto lo ví por primera vez en 1975 cuando comencé la carrera. Uno de los primeros libros que compré fue esta monografía. Después de tantos años, había algo tan familiar que impedía la sorpresa. Los detalles han sido tan copiados que parecía como si ya hubiera estado.

Volvimos a Belfort caminando, a insistencia mía. Más de 4 horas subiendo y bajando lomas por 20 y pico de kilómetros. Fue agotador y absurdo. Almorzamos en una fonda desordenada donde paran patoteros motociclistas. Bebimos cerveza fría como unos camellos. Era el primer y único oasis que logramos ver en todo el camino. Llegamos justo para tomar el tren hacia Lyon todos quemados por el sol. No tenía paciencia para esperar un autobús que partía muy tarde ni el tren que regresaba de noche. En Lyon cenamos muy tarde y pernoctamos en un buen hotel cerca de la estación. Como este año el turismo ha bajado, el hotel estaba tarifado relativamente barato. Muy temprano volvimos a tomar el tren para ir a Arbresle cerca del convento dominicano de La Tourette.

La Tourette también está ubicado sobre una colina a cierta distancia del pueblo. Subimos – siempre a pie – unos 5 kilómetros que nos pareció poco a pesar de lo cansado que estábamos (aún no repuestos de la caminata del día anterior). El día estaba nublado y con ganas de lloviznar. Un estudiante de filosofía nos sirvió de guía (20 francos cada entrada) y éramos los únicos visitantes. Dentro del convento estaban alojados muchos extranjeros – arquitectos en su mayoría – provenientes de todo el mundo que quieren tener una percepción directa de la arquitectura del viejo Corbu. A nosotros también nos invitaron  quedarnos. Como todo lo de Le Corbusier, la obra es escultural y monolítica a pesar de los distintos volúmentes que la estructuran. Aquí sólo se utilizó concreto armado, todavía de uso revolucionario, pero que observando la maravillosa piedra amarilla que se da en el lugar aplicada en otras construcciones, queda un poco la duda del porqué de esa intransigencia hacia el uso de otros materiales.

Del conjunto, la resolución del juego de volúmentes, de las entradas de luz en los corredores y en la nave de la capilla, el efecto de flotación respecto a la inclinación del terreno, la penetración o compenetración del edificio con la naturaleza (se puede recorrer todo el edificio sin necesidad de entrar en él. Se puede estar en el claustro y estar fuera del edificio). Todo esto se aprecia favorablemente. La austeridad de los volúmentes, sólo quebrada por los parales de los vitrales en los corredores. La nave es una caja con unas aberturas maestras que permiten al sol señalar ciertas horas del día, particularmente el crepúsculo, cuando los últimos rayos de la tarde penetran a través de un hendidura horizontal por breves momentos iluminando el fondo del altar. Segundos después, ya es de noche. La Tourette sigue influyendo en nuestros arquitectos. Jesús adoptó las pantallas estructurales que elevan las celdas de los monjes sobre el terreno natural.

Volvimos a Lyon y tomamos esa tarde el tren hacia Marsella. Francia es otra en esa ciudad portuaria. La influencia árabe es notable gracias a la gran población argelina y del mahgreb. Llegamos a un hotel de medio pelo que no resultó malo. Caminamos al puerto unos 20 minutos donde tomamos el famoso ‘boullabaise’ marsellés. Sopa de mariscos. A la mañana siguiente visitamos la Unité d’habitation, también de L. C. . Quizás la más clásica de las obras corbusianas para los estudiantes venezolanos de arquitectura.

El problema de la vivienda sigue siendo el problema más cotidiano de la democracia y de los países menos desarrollados en el mundo entero. Le Corbusier propuso esta bella solución, que no ha podido ser igualada en calidad de diseño en ninguna parte. Los bloques del 23 de Enero se inspiran aquí. Quitando el “estigma” de haber sido diseñados para una cierta clase media, los bloques carecen de los mejores elementos que hacen de la Unité un edificio de excepción. La planta libre sobre pilotes, la azotea útil y ajardinada, etc. La solución de L. C. tampoco logró mucho eco en Francia, sospecho que el costo financiero de esta obra es mayor que la de otros edificios de la misma función aunque su calidad arquitectónica sea mejor. En definitiva, esto no es una consideración suficientemente importante para los entes responsables del desarrollo de estas viviendas.

Finalmente fuimos a Avignon, escala completamente fuera del plan original y que resultó para mí la mejor sorpresa. La pequeña ciudad medieval, sede del papado en el siglo XII, conserva su muralla, sus callejones, el increíble Palacio de los Papas y para colmo, éste servía de recinto a la exposición de Botero que había sido expuesta a lo largo de los Campos Elíseos – las esculturas de bronce – y un enorme número de lienzos. Aquello resultó un festín extraordinario.

Además, la ciudad estaba en plena celebración del Festival de Teatro. Toda una encrucijada de gentes de todos los confines celebraban día y noche en las calles y plazas de Avignon. Espontáneos hacían mimos, bailes, música, teatro, pintura en medio de una procesión de forasteros herederos todos de un tradición que se remonta al medioevo. En lo personal, aquello resultaba conmovedor. ¡Cuándo en Pekín! Aquella locura humana transitando frente a uno evocando todas las experiencias arquetipales de nuestra cultura. Aquello era vida, era historia, era diversión y era cultura. Hasta yo terminé cantando ‘Misery’ de los Beatles con un cantante con guitarra que repasaba frente a una muchedumbre canciones de mi época y que todo el mundo iba coreando, menos ésta que nadie se la sabía.

Allí pensé que la vida en China es demasiado monótona, sosa, artificial, donde nunca ocurre nada espontáneamente. Donde no se ven artistas. Donde las ciudades no ofrecen nada más allá que calles grises y edificaciones mediocres donde se pueda cumplir con el objetivo de la subsistencia. Donde no existen estímulos para que la gente exprese el artista que cada uno lleva por dentro.

En Avignon entré en Habitat y compré unos platos Limoges amarillos y otros verdes para complementar la vajilla de casa. También compré una bandeja de vidrio etrusco verde botella. Esa tienda estaba llena de tantas cosas...Los chinos inventaron la porcelana pero desde hace por lo menos 25 años sólo producen un par de cosas. Siempre lo mismo. Amén de la calidad de éstos, siempre muy mala. Dicen que es el socialismo. Yo ya ni creo que esa sea la razón. Simplemente que la creatividad de los chinos está pasando por un siglo muy poco inspirado.

En París me comí los mejores suspiros del mundo. Los hay de café también y son inmensos. Recordé aquel señor de cara roja que venía por los bloques en las tardes con su carrito de madera blanco con vidrios. Él vendía coquitos, melcochas, y otros dulces además de los suspiros que eran sequitos, más crujientes, distintos a los que vendían en otros sitios de Caracas.

Había visto una tienda que parecía más bien un almacén donde vendían utensilios de cocina. Pailas de bronce, cacerolas de acero inoxidable con asas de bronce, cuchillos y machetes de todos los tamaños, todo lo que una verdadera cocina necesitaría. Nada de moda ni de diseños extravagantes para los coquetos e intelectuales de la cocina. Realmente una tienda para cocineros de donde probablemente se surtió Babette cuando mandó a pedir para su festín. A la vuelta a París no pude resistirme y compré allí una cafetera moka italiana para 12 tacitas (la más grande) y una bellísima olla chata como para guisar una carne o preparar un arroz con pollo o rissotto. Es de acero y viene con su tapa. A pesar de su costo (723 francos) me vine convencido de haber hecho una buena adquisición...

A Antonio y Jenny les traje unas laticas surtidas de paté muy finas. A él le traje una franela con una pintura de Magritte impresa y a ella una bolsita de ‘hierbas de provincia’. También un juego de cubierto de diario. Traje una latica de chocolate muy fino para tomar y otra de chocolates rellenos con una semilla de café tostado para obsequiar después de la cena. No compré quesos. A mi papá le compré una corbata Lanvin roja y una colonia Rochas. A mi mamá una crema de miel para el baño (como aquella que le compré en Toronto y ella consiguió en Italia) y un perfume Salvador Dalí. A mi abuela unos jabones grandes de lavanda que le compré en Avignon. Al resto de la familia no le compré nada.

De los viajes más recientes, éste fue el que más disfruté. Quizás porque tenía ganas de salir de Pekín, que estaba muy calurosa y fastidiosa. Realmente porque yendo sin mayor plan que el de visitar desordenadamente ciertos edificios de Le Corbusier, fueron saliendo cosas interesantes, ofertas como la del apartamento en París, buen clima y porque el viaje por el interior fue fácil, productivo y sin contratiempos. Además hay que decir que Fanglin es un buen compañero de viaje. Siempre está dispuesto a seguir mi plan aunque no siempre sea el mejor (v. gr. caminata de 20 kms. desde Ronchamp) y se cala toda mi perorata de inevitables comparaciones entre el mundo y China, casi siempre en detrimento de China, sin ofenderse gratuitamente. Para mí son inevitables las comparaciones. De algún modo me siento chino cuando estoy en el extranjero y, a diferencia de la mayoría de los chinos, me gusta expresar con palabras todo lo que se me va ocurriendo mientras observo el mundo. Fanglin es además buen tenedor – parece evidente pero en realidad es un buen gourmet – y cualquier iniciativa para comer algo raro la acoge con gusto. Él sin querer me ayuda a corroborar muchas ideas que voy teniendo acerca de los chinos, de sus gustos y de su manera de pensar y reaccionar frenta a ciertos hechos y fenómenos. Si yo fuera más metódico y sistemático aprovecharía el tiempo tomando notas para un futuro libro...

Bueno familia, creo que por hoy no seguiré escribiendo.

Besos,

Victor J.